Lucas era un niño muy travieso que le gustaba jugar con sus amigos en el patio del colegio. Le encantaba saltar, correr, trepar y tocar todo lo que veía. Pero lo que no le gustaba nada era lavarse las manos. Siempre se escapaba del baño cuando su mamá o su maestra se lo decían. Pensaba que era una pérdida de tiempo y que el agua y el jabón le resecaban la piel.
Un día, Lucas se encontró con un amigo muy especial. Era un pequeño monstruo verde llamado Gérmen. Gérmen se había escondido en el bolsillo de Lucas cuando este había tocado una manzana podrida en el suelo. Gérmen estaba muy contento de haber encontrado un nuevo amigo. Le dijo a Lucas que podían divertirse mucho juntos y que le iba a enseñar muchos trucos.
-¿Qué trucos? – preguntó Lucas con curiosidad.
-Pues, por ejemplo, puedo hacer que te salgan granitos en la cara, o que te duela la barriga, o que te pongas malito y no puedas ir al colegio – le explicó Gérmen.
-¿Y eso es divertido? – se extrañó Lucas.
-Claro que sí, Lucas. Así podrás quedarte en casa todo el día y no tendrás que hacer los deberes ni obedecer a nadie – le convenció Gérmen.
Lucas se dejó llevar por las palabras de Gérmen y decidió seguir sus consejos. Así que cada vez que comía algo, se olvidaba de lavarse las manos. Y cada vez que estornudaba o se sonaba la nariz, tampoco se lavaba las manos. Y cada vez que jugaba con sus amigos, les daba la mano o les abrazaba sin lavarse las manos.
Lo que Lucas no sabía era que Gérmen no era su amigo de verdad. Gérmen era un microbio muy malo que quería enfermar a Lucas y a todos los que le rodeaban. Cada vez que Lucas tocaba algo o a alguien, Gérmen se multiplicaba y se extendía por todas partes. Así fue como Lucas empezó a notar los efectos de los trucos de Gérmen.
Primero, le salieron unos granitos rojos en la cara que le picaban mucho. Luego, le empezó a doler la barriga y tuvo que ir al baño varias veces. Después, le subió la fiebre y se sintió muy cansado y débil. Y por último, se dio cuenta de que sus amigos también estaban enfermos y que no podían jugar con él.
Lucas se sintió muy triste y arrepentido. Se dio cuenta de que había sido un tonto al creerle a Gérmen y de que había puesto en peligro su salud y la de sus amigos. Entonces, decidió pedir ayuda a su mamá y a su maestra. Ellas le llevaron al médico, quien le dijo que tenía una infección causada por los gérmenes y que tenía que tomar unos medicamentos para curarse.
El médico también le explicó a Lucas la importancia de lavarse las manos con agua y jabón varias veces al día, especialmente antes de comer, después de ir al baño, después de toser o estornudar, y después de jugar. Le dijo que así podía eliminar los gérmenes y evitar contagiar a otras personas.
Lucas prometió seguir los consejos del médico y cambiar su hábito de lavarse las manos. También se disculpó con sus amigos por haberles pasado los gérmenes y les animó a lavarse las manos también. Poco a poco, Lucas y sus amigos se fueron recuperando y volvieron a disfrutar del patio del colegio. Y Gérmen, el monstruo verde, se quedó solo y triste en el desagüe del lavabo, donde nadie podía verlo ni escucharlo.
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