Introducción
En este artículo voy a hablaros de mi vivencia personal durante los primeros días de lactancia y de cómo conseguí salvarla de un fracaso que parecía estar escrito.
Lo primero que quiero aclarar es que la experiencia de cada mujer es diferente y que yo sólo expongo la mía. Mi intención no es menospreciar el trabajo de ningún profesional. Tan sólo pretendo mostrar herramientas que puedan ayudar a futuras mamás y que aprendan a confiar en ellas mismas y en sus bebés. Yo no era ninguna experta en lactancia cuando tuve a mi hija, sí me había informado mucho sobre ello, pero no estaba preparada para lo que ocurrió. Por eso, si eres mamá y quieres darle pecho a tu bebé, creo que este tema puede ayudarte a resolver los primeros días de lactancia que tan importantes son, yo diría que decisivos.
Aprende de las que saben
Mi primer consejo es que, si tienes la oportunidad, busques a una mujer que esté dando el pecho. La razón es que el bebé nace con el instinto de succión, pero las madres no nacemos sabiendo dar pecho. Y no somos las únicas, a los primates les pasa lo mismo, necesitan ver a otras madres para aprender a dar el pecho a sus crías. Por ello, es importante tener a otras madres cerca de las que poder aprender. Es cierto que existen grupos de lactancia a los que puedes asistir incluso si estás embarazada. Puede que encuentres uno en el que funcionen bien las cosas, pero si vas a dar con mujeres que sólo van a hablar de los problemas de la lactancia, tal vez sea mejor buscar otro sitio. Si tienes una amiga o familiar cercano que esté disfrutando de la lactancia pégate a ella, aprenderás posturas para dar el pecho, oirás el ruido del bebé succionando y podrás preguntarle las dudas que tengas sin tapujos.
Lee, lee y lee
Mi segundo consejo es que leas todo lo que puedas sobre lactancia. Yo recomiendo mucho el libro que leí del pediatra Carlos Rodríguez “Un regalo para toda la vida”. Pero tienes otros muchos más que también explican muy bien el funcionamiento del pecho y todo lo relacionado con la lactancia. Gracias precisamente a haber leído este libro (para mi es como mi biblia) pude reconducir mi lactancia.
Un tercer consejo es que durante el embarazo “juegues” con tus pechos. Y con esto no me refiero a juegos de pareja, que también porqué no. Me estoy refiriendo a explorar el pecho, los cambios que percibes. Es recomendable hacerlo a partir de la semana 37. Yo empecé a hacerme masajes y un día vi como salía una gotita de calostro. A partir de ahí fui dándome esos masajes con más frecuencia y aplicándome una crema para el pezón. De esta forma puedes familiarizarte con los cambios próximos que sufrirán tus pechos. Para mí fue crucial para aprender a sacarme leche de forma manual.
Tu instinto
Aquí va mi último consejo, no sigas el consejo de nadie a no ser que estés totalmente de acuerdo con él. Sigue tus instintos (los tienes y saldrán cuando los necesites) y acertarás.
¿Cómo salvé mi lactancia?
Seguro que ya conoces la importancia del piel con piel con tu bebé nada más nacer y durante las primeras horas de vida. Y es tan importante precisamente porque el bebé nace sabiendo colocarse al pecho. Yo lo sabía y cuando di a luz y me pusieron a mi niña sobre mí fue mágico, pocos minutos después de nacer estaba enganchada a mi pecho. Agarre perfecto. Y entonces, ¿por qué se torció todo? Ya se había torcido de antes, durante el parto. Cuando estaba en mi proceso de dilatación una matrona insistió en romperme la bolsa de líquido amniótico. Yo fui con la idea de que no lo hicieran, pero una vez en el hospital sucede algo y es que te sientes vulnerable y, muchas veces, ante la insistencia de los profesionales cedes. Ese proceso hizo que mi bebé soltara el meconio (tuvo que asustarse mucho) y lo tragara. A las pocas horas de nacer comenzó a echar líquido por la boca. La primera noche fue una pesadilla. La niña no hacía más que echar líquido y cada vez que intentaba agarrarse al pecho le daban arcadas. Recuerdo que nos dijeron que el bebé no podía pasar más de cuatro horas sin comer. Nuestra hija pasó prácticamente cuatro días. Cada vez que intentaba comer era echar líquido. Al final dejó de intentarlo.
Los dos días que estuvimos en el hospital la habitación fue una pasarela de médicos, pediatras, enfermeros, limpiadores, etc. Cada vez que decíamos que nuestra hija no estaba comiendo venía alguien a ponernos de una postura distinta. Una matrona llegó a meterle el dedo en la boca para que succionara (por supuesto, ni se lavó la mano antes y llevaba las uñas largas y pintadas). En resumen, acabé enseñándole el pecho a medio hospital y salimos de ahí con un bebé que no comía. Ya en casa fue otra cosa, por lo menos teníamos tranquilidad. Sin embargo, la niña seguía sin comer. Estaba tan agotada que no tenía fuerzas ni para comer. Yo había leído en ese maravilloso libro que, cuando ocurría eso, se le podía dar la leche en una cuchara o jeringuilla. Así que con paciencia iba sacándome la poca leche que tenía (calostro para ser más exactos) y se la intentábamos dar con una cucharita de farmacia. Aún así, pasaron dos días en los que la niña prácticamente no comió nada. Y a eso se le juntó que al tercer día de dar a luz me bajó la leche y, como mi hija no era capaz de coger pecho, se me pusieron como dos pelotas de tenis. Todavía recuerdo el dolor en uno de los pechos, inflamado. Creía que sería así todos los días, pero afortunadamente no lo fue.
Al cuarto día, en un último intento de desesperación antes de acudir a urgencias, conseguí sacarme un biberón (los 40 ml más sagrados que mi pecho ha dado). Al haber ido dándole poco a poco algo de leche, la niña tuvo las suficientes fuerzas como para tomarse ese maravilloso biberón y a partir de ahí todo mejoró. Cada día pesábamos a la bebé para calcular el peso que iba recuperando y hasta hicimos un cuaderno de seguimiento de las tomas que hacía. Yo me hice una extracción poderosa (puedo explicarlo en otro artículo) y conseguimos retomar la lactancia. En una semana fuera del hospital nuestra hija no sólo recuperó el peso perdido, sino que consiguió superarlo. Y yo no he vuelto a tener inflamación en los pechos ni dolor.
Esta fue mi experiencia, donde un libro y mi instinto nos ayudó más que todos los especialistas de un hospital.
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