Introducción
En este artículo voy a contaros mi experiencia en las clases de preparación al parto. Para los que no sepáis en que consisten, yo no lo sabía, es como volver al colegio, pero durante menos tiempo y con todos sobresalientes (🤰). Está la profe guay, con sus apuntes, pasando lista y queriendo ser la amiga de sus alumnas. Tenemos las empollonas que ya se saben todo el temario (la práctica aún no ha tocado), la que lo pregunta todo y hasta hay repetidoras. La única diferencia es que aquí, apruebes o no, te vas con todo para septiembre. Bromas aparte, las clases de preparación al parto no fueron lo que yo esperaba.
Cuando me quedé embarazada ya sabía de la existencia de estas clases, pero no tenía ni idea de para qué servían. Pensé que serían una especie de reunión de embarazadas y sus parejas, con una pelota de yoga y ejercicios de respiración. Lo típico que sale en las películas. Para cuando me apunté a las clases mis expectativas habían cambiado. Estaba en el segundo trimestre, con un tripón considerable, con una niña que crecía y crecía y que, al final, tendría que salir. En ese momento vi muy necesario que durante la preparación me enseñarían cómo hacerlo para que fuera todo bien. ¿a qué me refiero con bien? Bueno, pues a saber mantener la calma, saber qué taxi es más rápido, en qué restaurantes hay médicos que puedan ayudarme al romper aguas mientras estaba comiendo un entrecot (muy hecho, no os asustéis). No sé, lo típico.
Ahora en serio. Soy una persona que no le gusta dejar cabos sueltos ni depender de los demás. Y un poco controladora también. Empecé a pensar que necesitaba prepararme por mi cuenta. Tenía que saberlo todo sobre el parto para estar lista cuando llegara el momento. Así que cuando llegó el gran día, yo iba con la lección aprendida. Y no me refiero al día que nació mi niña, no, el otro gran día. El primer día de clase.
Día 1. El club de la comedia
Allí estábamos, mi pareja y yo, y otras cuantas embarazadas más con algún que otro futuro padre. La profe, el grupito de las populares, las repetidoras, la traumatiza y, habéis adivinado, la empollona era yo.
Pero la protagonista de esta historia no soy yo. La estrella es la profesora molona. Una especie de Eva Hache en el cuerpo de una matrona. Según abrió la boca comenzó el show. Era matrona y madre de dos hijos. Profesional, con experiencia y cómica, ¿Qué podía fallar? Bueno…pues todo. Antes de empezar la clase, nos propuso salir a la calle porque era un día caluroso y, qué puedo decir, éramos un grupo de embarazadas con las hormonas por las nubes y los sofocos a todo gas, agradecimos el detalle. “Vamos a dar la clase fuera aprovechando que ya no hay nadie, si el próximo día no vengo es porque me han despedido”. Y ahí estábamos, en el patio del ambulatorio, dispuestos a pasar una maravillosa tarde entre risas.
Recuerdo que pasó lista para ver si estábamos todas las que nos habíamos apuntado a las clases y, a continuación, nos hizo presentarnos una a una. ¿Qué datos teníamos que dar? Nombre, mes de gestación y alguna dolencia propia del embarazo que estábamos sufriendo. “¡Bien! Me va a dar algún consejo para el dolor púbico que me lleva matando semanas”. Pues no. Anotó los datos de todas, con algún comentario ingenioso de por medio y pasó a explicar algún ejercicio que podíamos hacer durante el embarazo. “Podéis sentaros en la pelota fitball y menear un poco la cadera, hacer alguna plancha en el suelo, bueno, no puedo enseñaros mucho de deporte, con estas alas de murciélago que tengo ya podéis ver que no es lo mío” (mientras agitaba sus brazos como un pingüino). Para el suelo pélvico nos recomendó algo más profesional que los masajes perineales. Acostarnos con nuestras parejas. Y así finalizó nuestro primer día de clase.
Día 2. Terapia de choque
El segundo día la clase la dimos dentro. Aún así las expectativas eran muy altas. No aprenderíamos ejercicios para embarazadas, pero, al menos, íbamos a reírnos durante dos horas. O eso era lo que yo creía.
Y así empezó la cosa, por todo lo alto. Tocaba aprender las fases del parto, a saber identificar cuándo había llegado el momento y qué pasos iban a seguir en el hospital. La profe sacó un bebé de juguete para dar las explicaciones. Sé que tenía nombre, pero no lo recuerdo (durante el embarazo olvidé muchas cosas) así que lo llamaremos Jaimito. Explicó muy bien, todo hay que decirlo, con qué señales podíamos estar tranquilas en casa y cuándo era necesario acudir al hospital. “Llegaréis al hospital y todo el mundo sabrá que estáis de parto por los gritos. Os harán quitaros vuestra ropa y os disfrazarán con esa bata que enseña todo el culo. Ya veréis que monas estáis”. Todos nos reímos.
Luego tocó explicar la epidural. Imagínate a la profe de alas de murciélago intentando colocarse al borde de una mesa, arqueando la espalda, para enseñarnos cómo teníamos que ponernos. “Tenéis que estar muy quietas en ese momento, con contracciones y todo. Pero tranquilas eh, que no sé qué pasa en ese momento que no os movéis ni un milímetro”. Razón tenía. “Claro, también puede pasaros como a mí, que pasan los minutos y seguís notándolo todo. Porque a mí en ninguno de mis dos partos me hizo efecto la epidural, me dejé pinchar para nada”. Esto ya no hizo tanta gracia.
Entonces, llegó el momento cumbre, el parto. Ver a la matrona hacer que paría a Jaimito fue tremendo. “Llegará el momento en el que tendréis ganas de empujar, os lo haréis todo encima, no os preocupéis por nosotros los sanitarios lo hemos visto todo ya”. Qué cachonda. “Cuando penséis que vais a partiros por la mitad y que no podéis empujar más, ahí estaré yo para ayudaros a sacar a vuestro bebé”. Igual prefiero que me saques unas risas.
No tengo muy claro hasta qué punto es positivo contarle a un grupo de mujeres, altamente sensibles, que el parto es como entrar a una sala de torturas. Pues, por si su versión no había calado en nosotras, tocaba ahora la de las repetidoras. Estaba a la que tuvieron horas sufriendo sin querer hacerle una cesárea, hasta que su niño nació faltándole oxígeno. Estaba la que, después de una episiotomía, tuvieron que operarla de urgencias porque había habido alguna negligencia. Y teníamos la que, gracias a su e-pino, fue visto y no visto.
Menos mal que yo me había preparado bien para perder el miedo al parto. Porque las caras de pánico de las otras primerizas era un poema. Creo que alguna estaba empujando para sus adentros a ver si conseguía reabsorber a su bebé. Y cuando pensé que no podía ir a peor, de repente, estábamos consolando a la matrona, echa un mar de lágrimas. No sé en qué momento pasó, pero se puso a contarnos el día que asistió un parto en el que, el bebé falleció. Lo que nos hacía falta. Así terminó el segundo día de clase.
Día 3. La aparición
Ya te puedes imaginar con qué ganas fui a la tercera clase. Además, me tocaba ir sola, mi pareja tenía que trabajar ese día. Creo que la profesora pidió perdón al principio de la clase, igual lo recuerdo así porque habría sido lo suyo. En fin, tocaba hablar de la lactancia. O más bien, de la falta de ella. “Bueno chicas, ya veréis lo divertido que es la lactancia, si creéis que tenéis mal los pechos ahora, esperad. A mí se me pusieron cada uno mirando para una esquina. Y los pelos que salen, pero tranquilas que no vais a atragantar a vuestros hijos”. Ya ha vuelto Eva. “Dar el pecho duele, ya veréis que grietas, yo lloraba cada vez que me agarraban mis hijos el pecho. Bueno, yo dejé las dos veces la lactancia” Se fue Eva.
Y así es como volvió la espiral de mujeres quejándose de lo duro que era dar pecho. Mastitis, grietas, mordiscos, etc. Y cuando ya no esperaba que la cosa mejorara hubo un milagro. Una chica tomó la palabra, no la había visto hasta entonces. “Yo he dado pecho a mi hija durante cuatro años y ha sido maravilloso. Lo hemos disfrutado muchísimo”. Era un ángel en el cuerpo de una embarazada. Todas, incluida la matrona, estuvimos escuchando contar su experiencia como si fuera un cuento de ciencia ficción. Ese día decidí que yo sería como ella.
Día 4. La incógnita
No hubo un cuarto día. Sí que hubo, pero yo no fui más. Ese día tocaba hablar del puerperio y los cuidados en el postparto. Al ritmo que iba la cosa me imagino a la matrona contando como casi se desangra al limpiarse los puntos. O quitándose la peluca que había llevado todo este tiempo, porque se quedó calva en su postparto. Puede que, igual que en las pelis, al final del curso una alumna se pusiera de parto y tuviera que asistirla en directo. Nunca lo sabremos.
Sé que puede parecer divertido, incluso, pensarás que soy un poco exagerada. Estoy de acuerdo en que un poco de humor hace más amena la vida, pero ahora que ya he pasado por un parto, se me ocurren muchas otras situaciones que pueden ser graciosas, y que no necesariamente van de la mano con sufrir. Y puestos a pedir, y esto no es culpa de la matrona sino más bien de nuestra sanidad en general, podrían centrarse más en prepararnos a las mujeres para poder dirigir nuestro parto desde el respeto y el amor.
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