Mujer, parirás con amor - Capítulo 2

Publicado el 15 de noviembre de 2023, 17:56
Cómo me ha dado por ponerme a escribir a estas alturas de mi vida. Me he pasado todo el embarazo preparándome para cada etapa. Leo mucho, me informo, estudio. Hago deporte, llevo una alimentación equilibrada, reposo cuando lo necesito, me encargo de mante

¿Cómo me ha dado por ponerme a escribir a estas alturas de mi vida? Me he pasado todo el embarazo preparándome para cada etapa. Leo mucho, me informo, estudio. Hago deporte, llevo una alimentación equilibrada, reposo cuando lo necesito, me encargo de mantener limpia la casa. He tenido y tengo tiempo para hacer muchas cosas y, sin embargo, me da por ponerme a escribir cuando estoy a nada de conocer a mi hija. Bueno, de conocer a mi hija de forma más personal, porque ya conozco muchas cosas de ella y estoy segura de que ella de mi también.

 

No soy escritora. Mi trabajo nada tiene que ver con escribir. No escribo poesía ni relatos ni nada parecido en mi tiempo libre. Lo único que escribo es la lista de la compra, que me sigue gustando hacerla en papel y llevarla por el supermercado con un boli para tachar lo que voy comprando. No tengo diario ni lo he tenido de pequeña. A ver, diarios he tenido. Algunos me han regalado, pero ahí se han quedado muertos de risa. Y entonces, ¿Qué hago escribiendo algo que ni sé si alguien va a leer? Ni sé si yo lo volveré a leer, aunque sea por echarme unas risas.

 

Siento que me gustaría cambiar el mundo. Cambiar el mundo puede ser un pequeño gesto. No voy a conseguir la paz mundial ni que el fútbol deje de existir. No me gusta el fútbol, tampoco hay necesidad de que desaparezca, sólo quería poner un ejemplo de algo imposible de conseguir. Pero el mundo se puede cambiar de muchas formas. Podría haberme dado por grabar un CD con canciones, por estudiar algo que pueda ayudar en un futuro, por apuntarme a voluntariado, etc. Pero me da por escribir. No pienso que lo esté haciendo bien ni que sea una obra de arte, pero me está haciendo sentir muy bien. Esta sensación ya la he tenido antes.

 

De pequeña sí que escribía. Me gustaba escribir. Al ser zurda me iba torciendo y acababa escribiendo en diagonal, pero aun así me gustaba. Y no se me daba nada mal. Era una niña con mucha imaginación, siempre estaba inventando historias, las soñaba o las imaginaba y después escribía un cuento o una narración para el colegio. Una vez acusaron a mis padres de haberme escrito un trabajo en la escuela. Había que inventarse una historia y yo lo hice. No sé creían que la había escrito yo. Se me tenía que dar al menos un poco bien para creerse que estaba escrito por un adulto y no por una niña pequeña. Eso sí, faltas de ortografía todas las del mundo. Siempre he tenido faltas de ortografía, a pesar de que leía bastante y estudiaba mucho.

 

 Volviendo a lo de escribir, en vacaciones también escribía cuentos. Mi padre me hacía leer uno o dos libros durante las vacaciones de verano (en casa, cuando viajábamos tenía libre) y de cada capítulo que leía tenía que hacer un resumen. Así, el me corregía después las faltas de ortografía. A parte de leer, también me mandaba inventar una historia, con letra y dibujos incluidos. Él me corregía las faltas de ortografía y al final, lo encuadernaba como un libro y lo pasaba al ordenador para guardarlo de forma digital. Ahora me parece muy bonito pero en esa época no me gustaba, me daba pereza.

 

El caso es que en verdad me encantaba escribir, contar una historia creada por mi, hacer los dibujos, pero como era algo impuesto, tenía que detestarlo. Estoy segura de que si mi padre mi hubiera prohibido escribir en verano ahora tendría la casa llena de cuentos escritos por mí. Al final dejé de escribir, tenía otras aficiones como el dibujo o el baile, y en el colegio nunca me motivaron a seguir. Ahora no sé, pero en mi época estudiantil los profesores te conducían a estudiar según tus notas académicas. Yo era de ciencias, estaba claro. Recuerdo que sí hubo una profesora de historia que me dijo que tendría que estudiar letras, que se me daba muy bien escribir. Nunca entendí cómo llegó a esa conclusión, teniendo en cuenta que en esa época yo estudiaba memorizado todo como un loro. Llegaba al examen y escribía punto por punto, coma por coma, lo que decía el libro. Cambiaba alguna cosilla para que no pareciera que había copiado y, por supuesto, seguía teniendo mis faltas de ortografía, pero por lo demás, no desarrollaba mucho mi imaginación. No le hice caso y fui por ciencias. No digo que fuera un error, pero a lo mejor escribir no se me daba tan mal. A lo mejor llevo una pequeña escritora dentro y ahora que estoy embarazada y reviviendo muchas cosas de mi niñez, ha decidido salir de nuevo.

 

Volviendo a lo de cambiar el mundo. Llevo un tiempo planteándome qué puedo hacer para ese cambio. Qué puedo aportar y porqué quiero aportar algo. No es que antes de mi embarazo no fuera feliz. Me gusta trabajar, me gusta mi trabajo, pero hace tiempo que no me siento realizada. No quiero subir de puesto, me gusta el que tengo, pero me habría gustado sentir que puedo avanzar en él. Al final, me he estancado. No echo de menos mi trabajo. No echo de menos madrugar para ver a mis compañeros ni siento que aportase más allí que lo que aporto ahora en mi casa. Al contrario, ahora tengo un trabajo en el que me siento realizada y siento que puedo avanzar. No soy la “típica embarazada” que ha aprovechado su baja para estar tirada en el sofá, usar su condición para explotar a su pareja, y estar todo el día de compras con las amigas. Que no se me eche nadie encima, por favor. No pienso bajo ningún concepto que las mujeres embarazadas, la mayoría al menos, sean así. Por eso lo he entrecomillado. Pero sí que es cierto que sigue siendo la imagen que se tiene de las embarazadas.

 

De hecho, la mayoría de las embarazadas hoy en día están trabajando fuera de casa hasta casi dar a luz. Sólo unas pocas privilegiadas como yo pasamos el embarazo fuera del trabajo. En mi caso es por condición de mi puesto de trabajo, y tengo que decir, que sí me considero una afortunada. No por el hecho en si de no tener que trabajar, sino por poder trabajar desde casa en mi mayor proyecto, que es el convertirme en madre. Creo firmemente que todas las mujeres que se quedan embarazadas tendrían que tener este derecho y esa “obligación”. El derecho de poder desconectar de su trabajo y poder conectar con su embarazo y su bebé, y la “obligación” de trabajar en su embarazo y su bebé. Lo pongo entre comillas porque para mí es más bien una motivación y alegría, pero puede que para algunas personas sea algo impuesto. Y es esto, justamente esto, lo que me ha llevado a empezar a escribir.

Cuando empecé este camino de la gestación sabía que no iba a desaprovechar el tiempo y que algo haría para estar entretenida. Sabía que iba a hacer ejercicio porque ya lo hacía de antes, además de ser algo necesario. Sabía que iba a tener que aprender muchas cosas sobre cuidar a un bebé. Lo que no me imaginaba era que iba a tener que estudiar tanto, que iba a tener una conexión tan grande con mi bebé, y que empezaría a ver el mundo de forma distinta. No sabía que iba a decidir dar pecho más allá de lo que el permiso de lactancia te permite, que iba a perder el miedo al parto e iba a empezar a tener miedo de los profesionales sanitarios. No imaginaba que iba a desaprender todo lo que te enseñan en el curso de preparación al parto para aprender a tener un parto consciente y respetado. Jamás pensé que llegaría a meditar, que aprendería conceptos nuevos para mí como el hipnoparto, el síndrome de Couvade, la posición de litotomía, etc. Mi trabajo ha ido evolucionando desde cuidarme físicamente e ir conociendo las distintas fases del embarazo (iba formándome semana por semana, a la par que se desarrolla el feto) hasta estudiar lo que es el útero, la fisiología del parto, buscar evidencias científicas y adentrarme en el mundo en el que es la mujer la que desarrolla el parto junto a su bebé, y no el médico el que te saca el bebé salvándote la vida.

 

Vivimos en un mundo en el que hemos olvidado el poder de la mujer. Creemos que una mujer es empoderada porque consigue ser jefa, cobrar lo mismo que un hombre o volver al trabajo después de tener un hijo. Pero hemos olvidado que lo más fuerte y poderoso que tiene la mujer es el poder de dar vida. Hemos renunciado a ese poder y lo hemos dejado en manos de otras personas. Dejamos que una matrona nos diga que síntomas debemos sentir, que un médico valore nuestra salud tan solo con una analítica, sin preguntarnos si quiera qué alimentación llevamos o si practicamos algún ejercicio. Permitimos que durante la preparación al parto nos preparen para ir el matadero y no para vivir un momento mágico. Tenemos que ser sumisas al llegar al hospital, asumir que nosotras no sabemos parir, es el profesional el que sabe porque lo ha estudiado. Nuestro trabajo se reduce a tener miedo para que el profesional pueda tranquilizarnos, hacer lo que se nos diga y dejarnos llevar y esperar a que todo salga bien. De todo esto es de lo que tengo necesidad de escribir, porque tal vez no sea escritora, pero estoy escribiendo algo que siento que puede cambiar mi mundo.

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