Hoy he querido dejar de ser madre. No es la primera vez que me pasa desde que tengo a mi hija, pero es la vez que más ha durado. Sé que suena duro escucharlo, a mí me resulta muy difícil escribirlo, pero no puedo contar lo maravillosa que es mi hija y lo mucho que disfruto siendo su madre, sin escribir sobre esto también.
Normalmente, tras un episodio en el que me planteo si estoy haciendo bien las cosas, veo un rayo de luz en forma de sonrisa de mi niña. Suele ser después de haber llorado por algo que no he podido solucionar. Otras veces ocurre al final del día, bien porque mi hija está cansada o bien porque soy yo la que lo está. Pero el resto de ese día ha sido perfecto. Hemos jugado, nos hemos reído y hasta he sentido lo mucho que me quiere. Y es a eso de las ocho de la tarde, que ocurre el caos. A veces son los cólicos, otras veces son un “yo que sé”. El caso es que en todas y cada una de esas ocasiones, mi crisis ha durado unos pocos segundos. Unos segundos de querer retroceder en el tiempo. Se pasa muy rápido. Aún así siempre me siento fatal por ello.
Hoy ha sido muy frustrante todo. Mi hija no ha sonreído ni una sola vez. Eso me mata. No le culpo a ella, sé que lo está pasando mal. Me culpo a mí por no saber ayudarla, por no poder evitar que le duela el estómago o que tenga tanto gas. Su padre y yo nos desvivimos por cuidarla, darle muchos mimos y hacerla reír. Queremos que sea feliz. Ya sé que un bebé llora por muchas razones, y que lo hace por comunicarse con nosotros. Pero, si a eso le sumas que no quiera jugar, ni estar en brazos ni esbozar una sonrisa, al final del día siento que le he fallado.
Y no es sólo eso. Cuando mi hija tiene un episodio de llanto y no podemos consolarla, su padre y yo nos frustramos. Llegamos a decir que estamos cansados de ella. ¡Que horror! Cuando pasa la tempestad todo vuelve a su sitio. Nos echa una carcajada o se queda relajada entre nosotros, y con eso, el resto del día ha merecido la pena.
Hoy no ha sido así. No ha habido tregua. Ni sonrisa, ni un atisbo de paz. Al final se ha quedado dormida, por agotamiento. Y yo me he quedado aquí, a su lado, congelada en el tiempo. Deseando que mañana se despierte sonriendo, con el puñito en la boca, esperando a que me la coma a besos.
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